"No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana".
Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la Infancia, 30 de septiembre de 1990.
En Melilla, como en todo España, existe desde hace tiempo una tendencia a buscar culpables para todo aquello que va mal. Esa búsqueda de culpables suele acabar con el dedo apuntando a los más vulnerables, los que no pueden defenderse y a quienes no se les da voz. Ellos son los que cargan con las dificultades de todo un país a sus espaldas, los que se enfrentan al señalamiento de la población y los que día tras día escuchan, a través de políticos, sociedad y medios, las desgracias que supuestamente han traído al país. En general, las personas señaladas son minorías, con poco poder o voz para defenderse, con algún signo de “otredad”, para hacer más fácil que el resto de la sociedad se sienta desasociado con ellos.
En este contexto se encuentran los niños y niñas que migran solos. Se les considera “MENAs” (Menores Extranjeros No Acompañados) en lugar de niños. Reciben ataques por parte de políticos, medios y grupos que los criminalizan. Esto transforma la percepción de la sociedad, que les teme y ataca, cada vez más abiertamente. Los sistemas de protección a la infancia, que deberían velar por el interés superior del menor, en demasiadas ocasiones no funcionan, aumentando significativamente su vulnerabilidad y desamparo.
Los niños son sujetos de derecho, pero a su vez en numerosas ocasiones no se vela ni respetan sus derechos.
El 20 de noviembre se celebra el Día Universal del Niño, pero hoy, no estamos de celebración. Hoy hace 31 años que la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó el texto definitivo de la Convención sobre los Derechos del Niño, de obligado cumplimiento para todos los paises firmantes. En el texto se recogen los derechos humanos básicos de niños, niñas y adolescentes y sus cuatro principios fundamentales son:
La no discriminación
El derecho superior del menor
El derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo
La participación infantil
Derechos tan básicos como el derecho a la protección, a la educación, a la sanidad, a un nivel de vida adecuado, recogidos en dicho convenio, se ven vulnerados en todos y cada uno de los niños con los que trabajamos en Melilla. Siempre se les aplica antes la Ley de Extranjería que la Ley del Menor, olvidando que antes de ser extranjeros son niños, tengan o no tengan papeles y sin importar dónde hayan nacido.
Detrás del fenómeno conocido socialmente como MENAs, término que, cada vez más, criminaliza, estigmatiza y hace olvidar que estamos hablando de NIÑOS, están los niños con los que trabajamos en Melilla. No dejan de ser eso, niños, como cualquier otro niño de cualquier otra parte del mundo, con sus sueños, sus miedos, sus inquietudes y con necesidades tan básicas como un simple abrazo. Con la necesidad imperativa de tener una figura adulta que vele por ellos, les proteja y les sirva de referencia. Pero son niños que se han visto obligados a crecer de repente, han tenido que abandonar varias etapas de su vida para convertirse en adultos, preocupándose por su supervivencia y dejando de lado lo que sería la vida de cualquier otro niño. Y aún así, a veces, su niñez se hace entrever y se les hace complicado disimular lo que aún son: niños.
Lo vemos a diario en los encuentros que tenemos con ellos, en los que, en un ambiente menos hostil al que están acostumbrados en su día a día, pueden volver a recuperar por un momento su infancia. Las miradas, sonrisas, demandas de afecto no pueden ocultar el hecho de que no dejan de ser niños atrapados en una vida de adultos. Pero no una vida de adulto cualquiera, una vida en la que tienen que buscarse la manera de sobrevivir y hacer frente a las distintas violencias que encuentran completamente solos. Violencias de todo tipo, que van desde lo institucional y policial a la explotación y el rechazo social. Una vida que no es la que venían buscando, abandonando su derecho a ser niño, a jugar, a no sentir miedo. Una vida dura, muy dura, que les marcará para el resto de sus días y de la que será difícil recuperarse si no reciben apoyo.
Son niños que han tenido que hacer frente a miedos que muchas de las personas adultas no llegan ni a imaginar, han sobrepasado sus límites, superado barreras que nunca antes hubieran imaginado. Han abandonado sus hogares, sus familias, su entorno seguro para enfrentarse a un largo y complicado periplo para el que nadie les ha preparado.
Frente a todo esto nos sumamos a las exigencias de todas las organizaciones que se centran en la protección de los derechos del menor y reclamamos a los estados y a los demás actores responsables de velar por el interés superior del menor lo siguiente:
La necesidad de proporcionar documentación y abordar aspectos jurídicos y penales. En Melilla, los niños se enfrentan a un laberinto administrativo para poder conseguir regularizar su situación y en demasiadas ocasiones no lo consiguen. Sus derechos se violan abiertamente y de forma constante. Además no disponen de protección alguna en cuanto a sus violaciones de derecho y esto conlleva que quienes cometen estas violaciones, en la mayoría de los casos, salgan impunes.
Garantizar entornos seguros y protectores. Dentro de los centros de menores de Melilla los niños sufren hacinamiento, insalubridad, abusos de poder, amenazas y una falta absoluta de protección. Un centro de menores que ha llegado a acoger 1,000 niños nunca puede ser una respuesta adecuada a la protección y acogida de niños y les deja expuestos a una mayor vulnerabilidad.
Proporcionar referentes afectivos debe ser también un elemento fundamental en cualquier intervención. El proceso migratorio en el que se embarcan los niños con los que trabajamos en Melilla tiene como base el desarraigo, la falta de figuras adultas que les sirvan de referente y el alejamiento de la que normalmente es la única realidad que han conocido, en su seno familiar. Cuando llegan a Melilla se enfrentan a una situación extremadamente dura, donde luchan por sobrevivir, a menudo sin poder tener contacto con familiares y sin poder contarles la realidad en la que viven, en ese afán por proteger a quienes más quieren del dolor. Para que estos niños puedan sobrellevar esta situación y superar el inmenso peso que esto supone para su salud mental, necesitan de referentes afectivos, que les acompañen en el proceso y les presten su apoyo.
Crear nuevas narrativas con y sobre ellos es un elemento crucial en la intervención. La lucha contra la narrativa ofrecida en discursos políticos, sociales y a través de los medios debería ser la mayor prioridad para un estado que quiera considerarse garante de los derechos de los niños. De otra forma, el constante discurso discriminatorio, destructivo y criminalizador tan sólo empuja a que reciban menor protección y por tanto se vean abocados a situaciones desesperadas de supervivencia, que, en algunos casos, se criminalizan aún más.
“Cuando los niños y niñas no acompañados llegan a Melilla se comportan como niñxs. Diez días después de vivir en la calle son niñxs con picardía. Al mes, no queda rastro de su mirada infantil. Son adultos en miniatura”.
(Mae Bachir. Colaboradora en terreno.)
Desde Melilla, luchamos por el derecho de todos los niños a poder tener infancia.
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