MELILLA
Melilla, junto con Ceuta, es donde culmina la ruta migratoria del Mediterráneo occidental, siendo una de las puertas de entrada a Europa desde el continente africano. Por estas pequeñas ciudades autónomas pasa un fluctuante tránsito de personas que anhelan llegar a un sitio en el que sus derechos no se vean vulnerados y puedan vivir una vida digna y en paz. Las dos ciudades autónomas representan un acceso peculiar y único en las posibilidades de llegar a suelo Europeo.
Son los únicos territorios europeos que comparten frontera física con África. La brecha de desigualdad que marcan los cerca de 10 km de frontera que separan Melilla de Marruecos es una de las más marcadas del planeta.
EUROPA FORTALEZA
En la actualidad existen varios acuerdos en materia de readmisión de extranjeros y cooperación en el patrullaje marítimo y en el control transfronterizo, que afectan especialmente a Ceuta y Melilla, objeto de un régimen de excepcionalidad debido a su extraterritorialidad geográfica y al interés político subyacente de seleccionar previamente a las personas que puedan llegar a ser candidatas a la inmigración hacia España y más ampliamente hacia la Unión Europea, volviéndose estos lugares en verdaderas zonas de selección (Informe Migreurop/GADEM, 2015).
España y Marruecos han firmado una serie de tratados en materia de control fronterizo y flujos migratorios, evidenciando la clara política de externalización de fronteras que la UE está implantando para limitar los flujos migratorios desde terceros países.
Aliados estratégicos del Magreb reciben grandes subvenciones desde fondos de la Unión Europea para financiar el refuerzo y control en la frontera a través de sus cuerpos policiales y auxiliares. Con este dinero se busca realizar una gestión de la migración, previa a la entrada en Europa, no sólo evitando la salida del territorio marroquí de las personas en tránsito, sino también trasladando forzosamente a muchas personas hasta el desierto del Sáhara. Sin embargo, esto tiene poco efecto disuasorio y consigue, por el contrario, armar a las personas migrantes de nuevas estrategias en las que utilizan todos los medios a su alcance para conseguir su objetivo. Esta brutal práctica, que ya es común en el trato de Marruecos a personas en tránsito, ha sido repetidamente denunciada por distintas organizaciones de derechos humanos.
ENTRAR A TERRITORIO ESPAÑOL
No existen vías de entrada seguras para llegar hasta España para aquellas personas que quieren solicitar protección internacional, al no poder acercarse a un puesto habilitado sin ser interceptadas y rechazadas (tanto por fuerzas de seguridad marroquíes como españolas). A pesar de que la Ley 12/2009 (art. 38) prevé la posibilidad de solicitar asilo en Embajadas y Consulados, esta práctica es de facto imposible, así que las tres opciones que les quedan para entrar a suelo europeo son a través de los puestos fronterizos terrestres (a menudo escondidos en carrocerías o maleteros de automóviles), saltando la valla o por mar, vías que implican un claro peligro para la vida y la integridad física y que, según Amnistía Internacional, son utilizadas especialmente por las mujeres (Informe Frontera Sur Iridia, 2018).
PUESTOS FRONTERIZOS
Por los puestos fronterizos algunos solicitantes de asilo sirios, palestinos, yemenís y de otros países intentan llegar a la oficina de protección internacional del puesto fronterizo de Beni Enzar. Sin embargo, la gendarmería marroquí no acostumbra a autorizar la salida del país a personas con pasaporte de ciertas nacionalidades, como por ejemplo la siria, de manera que se hace muy complicado llegar a las oficinas de protección internacional del lado español. Por esto, muchos de ellos se ven obligados a recurrir a las mafias para conseguir documentación falsa marroquí, que permite acceder a territorio español en base al Acuerdo de Vecindad entre España y Marruecos, por el que los residentes de Melilla y Nador pueden cruzar la frontera durante el día sin necesidad de visado. Esta es la única manera de entrar en España y solicitar asilo, aunque en algunos casos estas personas se han tenido que enfrentar a procesos penales por falsificación documental, incidiendo así en la criminalización de nuevas vías para buscar protección internacional.
Estas vías, además, cargan con un importante sesgo racial y de clase, pues solo las personas que fenotípicamente pueden hacerse pasar por marroquíes (y pagar por la documentación falsa) pueden acceder a esta vía de entrada, relativamente más segura. En contraste, los migrantes procedentes de África Subsahariana, no consiguen llegar a dichas oficinas debido a la represión, discriminación y persecución que sufren por parte de la gendarmería marroquí. Los pocos que se lo pueden permitir, pagan a las redes de pasadores e intentan cruzar escondidos en vehículos, el resto, la gran mayoría, se ven abocados a tomar vías más arriesgadas como saltar la valla o entrar por mar, cada vez más a nado, aunque también en patera, para solicitar la protección internacional en Melilla.
10 METROS DE INHUMANIDAD
Desde la construcción de la valla de Melilla, en el año 1998, la UE ha destinado millones de euros en el mantenimiento y refuerzo de la seguridad de lo que a día de hoy es un triple muro de alambre, con concertinas y avanzados sistemas de detección de personas.
En el verano del 2020 se inició la construcción de la nueva valla, tanto en Ceuta como en Melilla; con un presupuesto de 18 millones de euros (8,3 para Ceuta y 9,5 para Melilla). La nueva estructura de acero alcanza los 10 metros de altura y 2,5 de ancho; las concertinas se sustituyen por un rodillo de acero de medio metro. Estas no desaparecen, permanecen o se desplazan al lado marroquí. Además la obra consiste también en la renovación de los sensores de movimiento y de la red de fibra óptica, a parte de la instalación de sistemas de reconocimiento facial en los puestos fronterizos.
Aquellos que logran superar la alambrada, si son interceptados por la policía española, se enfrentan a posibles devoluciones en caliente. En una sentencia de febrero de 2020, el TEDH avaló esta práctica, que se considera contraria a la Declaración Universal de Derechos Humanos.
LA FOSA
COMÚN DEL MEDITERRÁNEO
Según datos del Ministerio del Interior y OIM (Organización internacional para las migraciones) 2019 llegaron 906 personas por mar a Melilla, 8 murieron en el intento y 19 continúan desaparecidas.
Muchas de las personas que llegan a Melilla, entran a nado, una peligrosa travesía que puede llegar a durar más de seis horas.
Por otro lado, algunas personas emprenden esta peligrosa ruta con cualquier cosa que les permita mantenerse a flote. Muchas de ellas llegan a las Islas Chafarinas, un archipiélago bajo dominio español que se encuentra a dos millas de la costa marroquí. En 2020, hasta el mes de septiembre han aparecido cuatro cadáveres en las costas de estas islas.
Debido al cierre de fronteras por la pandemia, mucha de la gente que entraba por los pasos fronterizos, decide emprender este difícil periplo nadando.
Grupos de chicos de diversas nacionalidades llegan cada semana a las playas de Melilla. Incluso se llega a hablar de gente que, al verse encerrada en la ciudad en condiciones infrahumanas, decide volver a su casa realizando el viaje desde Melilla hasta Marruecos. También hay que lamentar la muerte de tres personas en los nueve primeros meses de 2020.
EL DESAMPARO DE LOS MENORES DE EDAD
El abandono institucional en Melilla se ve altamente reflejado en la realidad de los menores, la mayoría de ellos de origen magrebí, tutelados por la ciudad autónoma.
Los más mayores se alojan en el centro de la Purísima, un antiguo fuerte militar, rehabilitado para convertirse en uno de los centros de menores de la ciudad, en el que malviven hacinados, normalmente sin agua caliente, escasez de alimentos, y que acumula numerosas denuncias por malos tratos desde hace años relacionadas con su director y algunos de los tutores. El centro dispone de 350 plazas pero en la actualidad se acumulan casi 1.000 niños.
En la calle, estos menores conviven con otras personas que se ven excluidas del sistema, como extutelados y otros jóvenes mayores de edad que buscan llegar a España para conseguir una vida digna.
LA CALLE
Son muchas las personas en situación de calle en Melilla.
Por un lado nos encontramos a personas menores de edad que, debida a las condiciones de vida que tienen que soportar dentro de los Centros, deciden vivir en la calle.
Por otro lado están los jóvenes extutelados, que en su gran mayoría, se ven abocados a vivir en la calle tras cumplir los 18 años porque durante la estancia en los Centros de menores no se les han tramitado los papeles necesarios.
Por último, nos encontramos a personas mayores de edad que tratan de buscarse la vida en la calle mientras intentan llegar a península.
La gran mayoría de las personas que se encuentran en situación de calle intentan a diario hacer Risky. Risky es el nombre con el que se conoce a los arriesgados intentos de viaje que hacen como polizones escondiéndose en camiones o colándose directamente en los barcos rumbo a península.
CENTROS DE ESTANCIA TEMPORAL DE INMIGRANTES
En España, existen dos CETIs, uno en Ceuta y el otro en Melilla.
Son centros que dependen del Ministerio del Interior y del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones “están concebidos como dispositivos de primera acogida provisional y destinados a dar servicios y prestaciones sociales básicas al colectivo de inmigrantes y solicitantes de asilo que llegan a la ciudad en tanto se realizan los trámites de identificación y chequeo médico previos a cualquier decisión sobre el recurso más adecuado en función de su situación administrativa en España”.
El de Melilla se construyó en el año 1998, con una capacidad para 480 personas, aunque con el tiempo y el aumento de los flujos migratorios su capacidad ha aumentado hasta las 782 plazas. Sin embargo, desde la crisis de los refugiados del 2015 nunca ha estado por debajo de su aforo, y durante el confinamiento por la pandemia de Covid 19, se han llegado a hacinar hasta 1.600 personas en su interior.
A pesar de las diversas y constantes denuncias por parte de organizaciones, asociaciones y hasta del defensor del pueblo, las condiciones de vida en el interior siguen siendo deplorables e inhumanas, y los traslados a península necesarios para descongestionarlo se realizan a cuentagotas.
MELILLA EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Con el inicio de la pandemia la situación en Melilla empeoró enormemente, la frontera con marruecos se cerró el día 13 de marzo a las 6 de la mañana, sin apenas aviso previo. Este hecho provocó que cientos de personas quedasen atrapadas a ambos lados, convirtiendo la ciudad en una olla a presión con mucha gente sobreviviendo en condiciones extremas.
Inicialmente, como espacios de acogida provisional para aquella gente atrapada y para aquellos que se encontraban en situación de calle, se ubicó a las personas, primero en un polideportivo y después en el V Pino, unas casetas de feria que no cumplían ningún mínimo aceptable para vivir dignamente, con un alto nivel de insalubridad. Finalmente se habilitó la Plaza de Toros de la ciudad, un espacio que no cumple con las condiciones para una acogida digna, con los mínimos de salubridad ni los requisitos de distanciamiento social e higiene exigidos por el Estado.
Por otro lado, las salidas que se realizaban desde el CETI a la península se paralizaron. Durante el estado de alarma los traslados a península fueron escasos, dejando a la gran mayoría de personas confinadas y hacinadas, también con la imposibilidad de cumplir con las medidas exigidas por las autoridades sanitarias. Incluso después de levantar el estado de alarma, cuando el resto de la población tenia derecho a salir a la calle, los residentes del CETI seguían confinados y sin autorización para salir del Centro.