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Los susurros de un trayecto mudo



El sol de los últimos días está trayendo un ambiente distendido a este rincón olvidado del mundo, desde donde se relatan estas líneas. Llevamos algo más de cuatro meses atrapadas en el ojo del huracán, presenciando cómo día tras día las señales de abatimiento se manifiestan en el cuerpo de aquellos valientes que intentan superar el juego para entrar en Europa, popularmente conocido como “THE GAME”.


Sarajevo se ha convertido en spot obligatorio para aquellos transeúntes que ansían llegar a territorio Schengen en busca de una nueva oportunidad, siendo punto de entrada y retorno de la ruta migratoria balcánica. La mezcla de culturas, razas y religiones se fusiona en un escenario de transición que refleja cada uno de los proyectiles que aniquilaron a más de 100.000 personas en la sangrienta guerra Yugoslava. El trauma de guerra sigue latente entre los habitantes de este país, a los que se suman otras tantas balas procedentes del conocido Oriente Medio, creando una mezcolanza de empatía y rechazo a quienes aquí se les conoce como “migranti”.


“Croatia. Police. Problem.” son las palabras más sonadas entre las conversaciones que se entablan fuera del estadio de Otoka mientras los chavales esperan turno para darse una ducha de agua fría. Su preocupación ante la situación de la frontera se hace latente en cada momento cotidiano de sus vidas. El hermetismo de la inframunda frontera Croata es el motivo por el cual están malviviendo y sobreviviendo en unas condiciones que dejan entrever el déficit de compromiso de muchas instituciones en garantizar y proteger los derechos humanos. Cientos de personas se encuentran a merced de nadie, sin apenas voz ni recursos para poder alcanzar la vida digna que bombea en sus mentes en esta falsa idea de “Europa Paraíso”.


Ha sido un invierno cargado de trabajo, emergencia y frío. La falta de una respuesta eficaz por parte de las instituciones públicas ha traído consigo un sinfín de labor humanitaria por parte de todos los colectivos de voluntarias independientes que se encuentran sobre el terreno, que han sumado fuerzas para cubrir las necesidades más básicas de supervivencia en estos últimos meses.


Pese a la incesante insistencia en mantener estable la situación, la realidad dista mucho de los deseos y el invierno ha acabado con la vida de decenas de personas, tanto en la capital bosnia como en la frontera. Apenas existen noticias de los cuerpos perdidos en la batalla. Nadie habla del dolor que sienten cuando las extremidades de sus cuerpos se congelan hasta tal extremo que su corazón apenas tiene fuerza para latir. Nadie habla de las desapariciones en la montaña de estos jóvenes, de las deportaciones en caliente ni de la falta de ética ante los métodos usados para proteger a Europa de la entrada de cientos de miles de personas con hambre de vivir.


Son alrededor de las diez de la noche. Estoy sentada en una cafetería en el centro de la ciudad donde sirven té turco. Delante de mí está Faysal (nombre ficticio para proteger su identidad), un joven argelino de 30 años que acaba de volver de la frontera con visibles marcas de violencia en su cuerpo. Lleva la chaqueta abierta ya que el cabestrillo que le sujeta su hombro derecho roto no le permite abrochársela. El suyo es uno de los tantos testimonios que intentamos recolectar para poder hacer un informe de todas las atrocidades ilegales que se llevan a cabo en la frontera norte. Junto con dos amigos suyos nos cuentan detalladamente cómo fue su intento de llegar a Italia.


Recuerdan con todo lujo de detalles cómo acontecieron los hechos. Es la cuarta vez que intentan cruzar, y esta vez fue Faysal quién se llevó la peor parte. Los interceptaron en Zagreb, llevándolos a la comisaría de policía para identificarlos. Sin apenas darles información, comida ni agua, los tuvieron ahí retenidos alrededor de cinco horas, hasta que los subieron al cuatro por cuatro blanco. Se limitaron a contestar a las preguntas que les hacían, sin formular ninguna respuesta nueva ya que conocían las consecuencias que llevaría el hecho de hablar más de la cuenta. Se subieron los tres al coche antes de medianoche y empezaron a hacer camino. Pasadas unas dos horas el motor del vehículo se paró. Los hicieron bajar uno por uno, cerrando la puerta tras cada uno de ellos para que no pudieran ver qué es lo que ocurría en el exterior. Faysal asegura que no se podía ver nada, sin embargo recuerda los gritos del primer compañero que descendió del vehículo. Nos imita sus gritos, siendo éstos descriptivos para poder hacer una valoración de los golpes que recibió y así detallar el informe de violencia. Pasados dos minutos se volvió a abrir la puerta del coche y bajó su segundo compañero, Ahmed (nombre ficticio para proteger su identidad), otro jóven algerino de 29 años. Ahmed nos intenta explicar cómo eran las personas que estaban ahí, sin embargo nos dice que sólo pudo identificar la sombra de seis hombres formando un pasillo entre el río y el coche por dónde le hicieron pasar, recibiendo un fuerte golpe en la pierna izquierda que le dejó cojo y le produjo fuertes dolores a la hora de correr lejos del coche y llegar a una distancia lo suficientemente remota para sentirse alejado del peligro. Finalmente, hicieron bajar a Faysal del coche. Le dieron una bolsa que contenía los teléfonos móviles de los tres y, mientras pasaba por el pasillo formado por los seis hombres que nos había comentado Ahmed, recibió un fuerte golpe en el hombro derecho. Al agacharse para recoger la bolsa e intentar huir, recibió fuertes golpes en la espalda mientras le gritaban “GO, DON'T COME BACK”.


Las palabras de Faysal no son un caso aislado. Por desgracia los testimonios de este tipo de historias se están multiplicando con la llegada del calor, ya que la nieve de las montañas se está empezando a deshacer y las condiciones de ruta son un tanto menos hostiles. Sin embargo, el refuerzo de seguridad de los confines en esta zona de Europa es, si cabe, más peligroso que la propia naturaleza del terreno.

Anhelamos el momento en que cada una de nosotras empecemos a sentirnos responsables de nuestras decisiones y seamos consecuentes con nuestros actos. La injusta realidad que están viviendo estas personas no deja de ser el vivo reflejo de la falta de humanidad y valores que abofetea este “proyecto Europa”. Estamos fomentando un sistema político y social inhumano que se está cobrando la vida de miles de personas. Es hora de empezar a creer en un cambio, de reivindicar la justicia y de juzgar la tendencia moral global de cada uno de los tratados y pactos que se están acordando con dinero público. Estamos cansadas de esta tendencia hacia el impersonalismo ante la crisis humanitaria que estamos viviendo. Se debe dejar de silenciar este sistema opresor y empezar a sentirnos en el deber de dar voz a cada una de las almas que se están perdiendo por el camino.

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