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La tolerancia no es concesión, condescendencia ni indulgencia.

En Melilla, sus instituciones y administraciones alardean de que ésta es una ciudad ejemplo de la buena convivencia entre culturas, del éxito de la tolerancia y del respeto. Usan como reclamo para el turismo la multiculturalidad, y su población se siente orgullosa de este rasgo que los caracteriza.

Foto: Plaza de las cuatro culturas - Melilla


Sin embargo, creemos que la tolerancia va más allá de una plaza en el centro de la ciudad, de celebrar los festivos de las diferentes culturas presentes en la ciudad, o de tener una gastronomía diversa. La tolerancia implica el respeto y la lucha activa por los derechos humanos, y el percibir de forma positiva la diversidad inherente en todas las personas. Y aquí, Melilla, muestra su lado más oscuro. El racismo institucional está tan arraigado en la estructura de la ciudad, que hasta se ha naturalizado por la población melillense. El no tener padrón, y por lo tanto que se niegue la sanidad, que se niegue la educación; menores en situación de calle porque no creen en los centros de protección a la infancia, donde duermen hacinados, donde no se tramita su documentación, donde les cuesta dormir pensando en qué pasará con ellos cuando sean mayores de edad, donde no se les permite ser niños; solicitantes de asilo que viven con la desesperanza de poder ser trasladados a Península, y poder así empezar a rehacer la vida que se merecen; mujeres y niñas desamparadas y abandonadas a su suerte, violencia policial, el rechazo de la población local a todas estas personas que en su tránsito pasan por Melilla, y finalmente la valla, ese muro que separa el nosotros de los otros, ese símbolo de que nuestra sociedad ve con malos ojos la diversidad, la alteridad, ejemplo claro de nuestra intolerancia.


Los jóvenes que viven en las calles de la ciudad viven cada día este rechazo, la criminalización por parte de algunos ciudadanos, que los culpan de los problemas de seguridad, sin pensar en que es el Estado el que está fallando en la protección del bienestar de su ciudadanía, sin darse cuenta de que el rechazo, los insultos, la actitud hostil o hasta la indiferencia, afecta gravemente a estas personas, teniendo como consecuencia su angustia, su frustración, su enfado y desconfianza. Una sociedad que los ve como delincuentes, y no como niños, un sistema que les priva de su derecho a vivir su infancia y adolescencia sin tener que preocuparse por qué comerán, dónde dormirán, empujándolos a arriesgar su vida para poder cruzar a la Península, siendo golpeados, insultados y maltratados cada día por la policía.


Pero esta ciudad también nos muestra que la tolerancia real es posible. Hay algunas personas, no muchas, podrían ser más, pero las hay, que luchan cada día para que esta ciudad sea un poco más justa. Personas humildes, que no necesitan que se conozcan sus nombres, que no forman parte de ninguna organización, simples ciudadanas, que elevan el concepto de tolerancia. Conocen a los jóvenes que viven en las calles, saben sus nombres y entienden sus aspiraciones, los acompañan al hospital para que les hagan caso, se pelean en Extranjería para que puedan ejercer sus derechos, los acogen en casa cuando es necesario, intentan buscar una salida laboral a estas mujeres más vulnerables, hacen que sus hijos y sobrinos compartan una tarde de juego con estos jóvenes. Y, sobre todo, y lo más importante, es que tratan a éstas personas como tal, hacen que por un momento estos jóvenes dejen de sentirse en un territorio hostil y se sientan acogidos, respetados. Y estos actos son los que hacen que Melilla pueda llegar a ser algún día la ciudad tolerante, respetuosa y justa de la que tanto alardean.



En el Día Internacional para la Tolerancia recordamos que “La tolerancia no es concesión, condescendencia ni indulgencia. Ante todo, la tolerancia es el reconocimiento de los derechos humanos universales y de las libertades fundamentales de los demás.


Por Anna Peñarroya

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