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La discriminación de un virus

Son ya muchos días los que llevamos con una normalidad alterada, y se empieza a notar el nerviosismo de no poder actuar como lo hacemos normalmente. Tantos días de confinamiento han evidenciado la necesidad que tenemos de cercanía social y libertad de movimiento. Por primera vez, se han cerrado fronteras sin que esto afecte tan sólo a los países menos privilegiados. Todos hemos sufrido la restricción de movimientos.


Sin embargo, por mucho que se haya dicho una y otra vez que este virus no entiende de razas, nacionalidades o clases sociales, la realidad dice todo lo contrario.


En la Ciudad Autónoma de Melilla, a las pocas semanas de haberse declarado el estado de alarma se habilitaron ciertos espacios para acoger tanto a las personas que se habían quedado atrapadas sin poder regresar a Marruecos tras el cierre de frontera como a las que se encontraban en Melilla en situación de calle mientras intentaban llegar a Europa buscando un futuro mejor.


Durante semanas hemos denunciado las condiciones deplorables de estos espacios, que nunca fueron pensados para que fueran habitables: unas casetas de feria y una plaza de toros. El mínimo esfuerzo invertido en convertir estos sitios en un lugar digno donde pasar el confinamiento ha resultado en baños colapsados, escasez de comida, inundaciones a causa de lluvia y, sobre todo, la imposibilidad de mantener la tan necesaria distancia de seguridad.


Así se han visto forzadas a vivir cientos de personas durante meses.


Lo peor, sin embargo, ha sido la discriminación tan explícita que han sufrido con respecto al resto de la población española. Durante todo el confinamiento, todas hemos podido salir a la calle a comprar productos de primera necesidad, a acudir una cita médica o al trabajo. Si necesitábamos comprar leche, pan o un medicamento o si simplemente queríamos comprar tabaco podíamos salir a comprarlo.


Este derecho se le ha negado todas las personas atrapadas en los espacios del V Pino y la Plaza de Toros en Melilla. Ellos no han podido salir para nada durante el confinamiento, viéndose encerrados en lugares donde no tenían absolutamente nada con lo que pudieran pasar el tiempo.


Cuando empezaron a levantarse las restricciones de movimiento y todos pudimos salir a pasear el día 4 de mayo, esto siguió sin afectar al encierro forzado que sufrían estas personas en Melilla. Hasta hace unos días, han continuado estando encerrados, sin posibilidad de salir a pasear, comprar productos básicos o disfrutar de cualquiera de los otros derechos de los que hemos disfrutado los que no estábamos en su situación.


Por mucho que se insista en que este virus no entiende de raza, nacionalidad o condición social, continuamos viendo discriminación en cada decisión. Seguimos y seguiremos denunciando y luchando para dar voz a la discriminación que sufren todos aquellos que buscan una vida mejor.


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