La violencia de la espera, y las carencias buro represivas en el sistema, que acaban materializándose en violencia institucional y administrativa, así como la ausencia de vías seguras y legales, suponen que el proceso migratorio y de obtención de la documentación necesaria para poder salir de la ciudad-jaula que es Melilla para algunas personas, se vuelva causa directa de una problemática de la que poco se habla: la salud mental de las personas migrantes.
Es el caso, entre otras muchas realidades existentes, el de las personas que son ex tuteladas de la Ciudad de Melilla y se encontraron, con 18 años en la calle, sin un recurso de acogida al que acudir mientras obtenían los requisitos necesarios para continuar su procedimiento, y poder viajar a la península para seguir con su proyecto migratorio.
Tras pasar años en un centro de menores en el que se ven afectados por un sistema de carencias y vulneración de derechos, de violencia psicológica y también física, y de una dicotomía latente en torno al concepto de menor migrante, tienen que enfrentarse con una realidad de calle, con todo lo que eso supone.
En una ciudad de frontera como es Melilla, vivir en calle, para personas racializadas, se vuelve aún más duro. Por eso, muchas de las personas ex tuteladas, concretamente de numerosos casos que Solidary Wheels ha conocido por su trabajo en terreno, terminan en una espiral de consumo y supervivencia, de la que, no podemos ignorar, derivan muchos más problemas, que como la parte escondida del iceberg, están ahí, aunque no siempre se reflejan tan visibles. Problemas que después, sobrevienen a muchos de ellos, afectando directamente a su salud mental.
Es el caso de varios chicos ex tutelados que conocemos, que, después de mucha espera y desarrollar la capacidad de resistencia durante el proceso, consiguen viajar a la península, finalizar la tramitación de su permiso de residencia, y comenzar a trabajar.
Tras cumplir su objetivo, parece que todo empieza a mejorar en sus vidas, y es cuando la mente se relaja, se adapta a una realidad menos hostil, y es entonces cuando comienzan a desarrollarse y hacerse tangibles los problemas de salud mental, derivados de la adaptación que su cerebro tuvo que hacer, a una realidad tan dolorosa que se volvía insostenible difícil de afrontar.
Esos mecanismos de defensa que desarrollan estas personas en un momento de trauma, se van desenredando cuando todo pasa a un plano de más tranquilidad (aunque la discriminación y el racismo sigan presentes en su día a día).
Por todo ello, es necesario, dar una mayor visibilidad a los problemas de salud mental de las personas migrantes. Es importante reconocer e identificar que estas personas, a lo largo de su proceso de tránsito a la Península, han desarrollado problemas y trastornos que poseen unas características propias y concretas. En su gran mayoría, nacen como consecuencia de la incertidumbre que viven durante la larga espera administrativa hasta llegar a su regularización, en el mejor de los casos. También, en numerosas ocasiones, las expectativas que tienen y la realidad con la que se encuentran, terminan por iniciar o reforzar los problemas de consumo.
Es necesario generar más espacios y facilitar un mayor acceso a tratamiento y seguimientos para estas personas. Incluyendo una mayor formación institucional, desde un enfoque que reconozca sus problemáticas, como propias.
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