Nos llegó la noticia la mañana siguiente a la noche del miércoles 13 de mayo. A. había muerto intentando entrar en el campo de Miral. Esa misma noche decidió desafiar, quizás una vez más, las vallas de seguridad que rodean el campo para tener acceso a una ducha “caliente”. En su intento de treparla sus pies no encontraron el soporte adecuado que le dieran impulso para dar un salto y entrar en el recinto, quedando atascado entre dos barrotes que le llevaron a una terrible muerte por asfixia.
Entre esos barrotes yace la vida de un chico que vivió una vida que no le hizo justicia. Cargaba consigo una mochila repleta de kilómetros, miedos, rechazo, abandono, inseguridad y esperanza.
Su proyecto de prosperidad se vio interrumpido por algo que ni siquiera él eligió: ser marroquí. Eso le impedía circular libremente por dónde quiera que quisiese ir a encontrar el progreso.
Quiso llegar a Europa.
Desconocemos sus motivos particulares, pero como él hemos conocido a miles de personas y por lo tanto conocemos las trabas con las que se encontró desde el momento en que decidió dejar su tierra para probar suerte en algún lugar donde pudiera encontrar un trabajo, asentarse y encontrar una estabilidad que no hubiera encontrado en su país de origen.
Existe una valla invisible en el sur de Europa que impide que una gran parte de las personas migrantes lleguen a cumplir sus sueños: la gestión administrativa.
Las condiciones que la administración pone para que se tramiten vías de inmigración legales y seguras son, para muchos, inaccesibles. Por ello, muchas personas deciden arriesgar sus vidas optando por vías mortíferas como el Mediterráneo o los países Balcanes. El coste de una patera que cruce ilegalmente los casi 15 km que separan Marruecos de la España peninsular tiene un precio que muy pocos pueden permitirse, además de conllevar riesgos altísimos a sus vidas. Existe una forma más económica pero igual de mortal e incierta: llegar a Turquía y, desde ahí, desafiar cada una de las fronteras que les separan de su deseado destino final.
A. llegó a Turquía desde Marruecos, y de ahí sus ganas de lograr llegar a Europa no cesaron hasta esa fatídica noche del 13.
Estando tan cerca de Europa, se vió forzado a tomar una ruta que le desviaba miles de kilómetros de su destino, no sólo porque las vías legales de entrada son casi inexistentes sino también porque la posibilidad de entrar en Europa a través de Ceuta y Melilla convierte su viaje en una odisea de hostilidad por parte de la policía, vida en la calle, violaciones de derechos y peligros para intentar llegar al continente Europeo.
Seguimos preguntándonos cómo es posible que se sigan cometiendo estos asesinatos, que Europa siga silenciando la realidad de cientos de miles de personas como A. Cómo nosotras podemos vivir tranquilas siendo cómplices de que, personas como A., hayan tenido que vivir una realidad llena de pánico, rechazo, abuso, racismo, criminalización y abandono.
Nos preguntamos qué tiene que pasar para que personas como A. dejen de perder su vida lejos de casa y solos por el mero hecho de haber intentado mejorar sus vidas, estando tan sólo a menos de 15 km por mar de Europa continental.
Queremos dejar de contar historias como las de A., dejar de contar muertes en cualquier forma de acceso a Europa, y la única forma de lograrlo es que nos alcemos juntas para exigir vías de migración seguras, porque el derecho a una vida digna es un derecho de TODAS.
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