La Ciudad Autónoma de Melilla, tal y como se ha expuesto en anteriores ocasiones, cuenta con varios centros, entre ellos, uno donde residen únicamente los jóvenes e infantes migrantes (desde los 12 hasta los 18 años). En este caso, el centro, que cuenta actualmente con 160 plazas, ostenta la guarda de éstos, mientras que la Ciudad Autónoma, a través de la Consejería de Políticas Sociales, Salud Pública y Bienestar Animal, asume la tutela de los y las adolescentes. Ambas entidades, en consecuencia, tienen todas las obligaciones que conlleva dicha responsabilidad, principalmente la de garantizar el cuidado y la protección de la infancia, así como la atención de sus necesidades, entendiendo estas desde una perspectiva integral como recoge la Convención de los Derechos del Niño (CDN) la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor (LOPJM) y el artículo 39.4 de la Constitución (entre otras).
El centro, situado a las afueras de la ciudad de Melilla y a escasos metros de la frontera con Marruecos, resulta ser un antiguo cuartel militar. En las casi dos décadas que lleva funcionando esta institución, el centro ha ido coleccionando denuncias que implicaban tanto a trabajadores como a las instalaciones del propio centro. La institución, a día de hoy, continúa sin satisfacer las necesidades de la infancia y la juventud, desde la omisión de cuestiones básicas como la vestimenta a problemáticas más complejas como la mediación en conflictos internos.
Este, sin embargo, es el lugar donde desarrollan su cotidianeidad muchos de los jóvenes que llegan a Melilla. En un ex cuartel militar vallado que funciona como Centro Asistencial y que se encuentra en las afueras de la ciudad. Colindando con basurales, la valla y el cementerio… la “Europa Fortaleza” les da la “bienvenida”.
Los centros como eufemismo, los fuertes, las vallas, la vigilancia avanzada y las múltiples fuerzas de seguridad, se vuelven un corpus complejo y entrelazado que produce y reproduce lógicas perversas que expulsan a quienes en realidad deberían proteger. El hecho de ser infancias y juventudes no convierte a estos jóvenes en sujetos de protección, sino, más bien, en actores no expulsables que residen en centros “de contención”.
Ante esta desprotección sistemática, ante las lógicas securitistas que reinan en el accionar estatal, pareciera que, en ocasiones, las alternativas acaban reduciéndose al binomio “calle o risky”.
Calle.
Es común que la gran mayoría de infancias y juventudes utilicen el Centro sólo para dormir, debido a las lógicas expulsivas que lo componen. En ocasiones, la madrugada los encuentra en la calle, manifestando “no querer volver al Centro”. Esto expone a las infancias a una situación de vulnerabilidad y riesgo aún mayor.
Es evidente, que los espacios construidos en los márgenes de las calles de Melilla, no implican lugares saludables ni les ofrecen relaciones exentas de peligros, siendo espacios donde los menores están en una situación de desprotección a pesar de que su cuidado es responsabilidad de la Consejería de Políticas sociales y del Centro.
A las 0.00h, el centro hace un recuento de los chicos, comparándolo con el listado que hay en cada módulo. En el caso de que alguno de los jóvenes no haya ido a dormir, la institución registra una baja voluntaria, la cual posteriormente debe notificar a la Policía Nacional y Local, para que de esta manera se ponga en marcha un protocolo de búsqueda, protocolo que en contadas ocasiones se activa.
Al día siguiente se notifica mediante un parte de incidencia el número de bajas. Al tratarse de un centro en régimen abierto, las infancias y juventudes pueden entrar y salir sin restricciones. No existen medios legales para negarle la salida a un niño, sin embargo, una vez que éste sale del Centro, no se le hace ningún seguimiento (González de Heredia, 2017, p.45).
“Risky”.
El sistema de políticas sociales llega a empujar a infancias y menores migrantes no solo a una situación de calle, sino a la práctica del risky. El término risky, del inglés “riesgo”, se utiliza para referirse a las técnicas de desplazamiento que ponen en peligro la vida de quienes las practican, utilizadas para viajar por vías alternativas de un lugar a otro, al no poder encajar dentro de los criterios de las “vías seguras”. El término recibe distintas denominaciones en función de la zona fronteriza, en el caso de Bosnia, esta práctica se denomina “game”. En el puerto de Melilla se practica intentando colarse en los bajos de los camiones que ingresan a los ferrys con el fin de llegar a la península.
En la práctica, no solo infancias y juventudes lo intentan, en ocasiones han sido los solicitantes de asilo (mayores de edad) quienes deciden llevar a cabo este “ejercicio” al ver dilatados sus tiempos de espera. En su mayoría, los jóvenes alojados en el Centro y aquellas personas en situación de calle no buscan quedarse en Melilla; perciben la Ciudad como la puerta que da acceso a Europa, es por ello que, en ocasiones, la situación de desprotección motiva el deseo de hacer “risky” y llegar a la Península.
En la ciudad y desde la administración, se ha naturalizado la práctica de esta acción, si un o una joven desaparecen de la ciudad es porque huyen a través del mar, tal y como afirmó en su día en una entrevista el Consejero de Bienestar Social (González de Heredia, 2017). Da la impresión de que a los niños “se les deja estar” en la calle con la supuesta esperanza de que de terminarse yendo a algún lado, lo harán en un barco, desapareciendo definitivamente de las calles de la ciudad.
Ante la ausencia de herramientas efectivas de protección a estos jóvenes, ellos se ubican en el plano informal (Floristán, 2022, p.316). La ambivalencia entre su condición migratoria, que los convierte en objetos de expulsión, y la guarda y tutela ejercida por el Centro y por la Ciudad Autónoma, que los hace merecedores de protección, son el resultado de un maltrato institucional que facilita estas estrategias más dinámicas e informales (Op.cit, 2022, p.307).
Llama la atención cómo a pesar de la gravedad de los hechos de los que se ha ido teniendo constancia a través de los medios de comunicación, de denuncias etc., no exista una preocupación manifiesta y real por la integridad física y psicológica de las infancias y juventudes migrantes. A raíz de estas prácticas, podemos observar cómo la ciudad no asume en la practicidad la tutela de las mismas.
Estas formas de actuar revelan, de nuevo, la forma en que se construye y concibe socialmente la migración, influida por las políticas gubernamentales enfocadas en la securitización, así como por las administraciones, los medios de comunicación y la industria cultural. Discursos y narrativas que dificultan, una vez más, la posibilidad de reconsiderar modelos de atención que sean acogedores, protectores y emancipadores.
Creemos que es urgente ir más allá de las individualidades y preguntarnos: ¿Qué hace que haya infancias y juventudes que prefieren la calle a dormir en un Centro? ¿Qué lleva a estas infancias a arriesgar su vida intentando cruzar a la península? Y, sobre todo, ¿Cuándo hemos empezado a normalizar esto?
Bibliografía
Abderrahman, J. M. (2023). Resiliencia en los jóvenes que han migrado solos a Melilla. Universidad de Granada.
Floristán Millán, E. (2022). Acompañando a Mohamed. Reflexiones en torno al movimiento de la juventud harraga. Antropología experimental(22), 307-317.
González de Heredia, R., Díaz Velasco, I., Pérez, Á., Toharia, M., & Assiego, V. (2017). Rechazo y abandono: Situación de los niños que duermen en las calles de Melilla. Universidad de Comillas.
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