“Estos colores son mi hogar” cantaba la niña.
Sí la historia hablara,
y muchos otros callaran.
sí el azul del cielo
no guiara mi vuelo.
sí el verde de mis montañas
no marcara el sendero.
sí el amarillo del desierto
no guardara a mi pueblo.
sí la historia hablara,
y muchos otros callaran.
Deja que el viento traiga consigo las voces del pasado,
que el color de mi bandera me hable de todo lo que ha pasado,
que mi pueblo cuente la historia del hombre viajado,
que el orgullo de mi tierra recuerde al pueblo olvidado.
“Estos colores son mi hogar” cantaba la vieja.
2973 Yennayer! ¡Feliz año nuevo!
El año del hombre libre. El hombre nómada.
Desde hace poco más de medio siglo se conmemora el año nuevo amazigh. No hay datos exactos sobre el origen de este pueblo, pero se apunta a que es uno de los pueblos más antiguos que habita en el norte de África desde hace más de diez mil años. ¿Su origen? Aún es un gran desconocido, hoy día sabemos que las relaciones egipcias y fenicias fueron estrechas.
En el siglo XX, activistas de origen argelino exiliados en Francia, comenzaron a indagar sobre las primeras evidencias datadas hasta llegar al reinado del faraón Sheshonq, en el año 950 antes de la era cristiana.
El propulsor de este movimiento fue Mohand Arab Bessaoud, fundador también de la Acadèie Berèber.
Gracias a las redes sociales este movimiento comenzó a tener cada vez más presencia, y este nuevo calendario recibió el nombre de "Yennayer" (enero, en latín: Ianuarius).
Un pueblo que sigue vivo, como los colores de su bandera, que nos recuerda cada día el amor y respeto que sienten hacia la naturaleza. Son tres colores (o cuatro) los que cuentan su historia a través de esta bandera:
El azul del cielo, el verde de las montañas y el amarillo del desierto. El cuarto color pasa desapercibido pese a estar colocado en el centro de la bandera, es la Z del alfabeto amazigh, que en tamazight se representa con este símbolo: ⵣ. Su color rojo nos habla de la sangre derramada.
El viejo pueblo nómada mantiene viva su conexión con la naturaleza y la transmiten de generación en generación. Estos pueblos viven de la tierra, conocen el lenguaje de la naturaleza, la conservan y la respetan.
“El orgullo de mi tierra corre bajo mi piel, mi piel rajada y con heridas por la vida, mi piel es del color de la tierra” contaba uno de los jóvenes en tránsito que pasó por la ciudad de Melilla. “No sé nada de la historia de mi pueblo, en el colegio nunca me hablaron de ello, pero soy amazigh, yo también soy nómada de verdad ahora, como lo era el abuelo de mis abuelos.” mira al mar y se ríe “Mi casa es el mundo”.
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